martes, 10 de agosto de 2010

Elogio de los setimientos

En el pasado he tenido la oportunidad de conocer a un chico norteamericano. A lo largo de los días he podido confirmar que buena parte de los tópicos sobre su país tienen una base fundamentada en la realidad, aunque no es el objetivo de esta reflexión.

Sí lo es su narración de lo agobiante que encontraba el primer año que vino la manía que tenemos de tocarnos, abrazarnos, o incluso de caminar "codo con codo", ausencia de distancias que claramente invadían su espacio personal. De hecho, decía, cuando hace mucho tiempo que no ves a un buen amigo, le saludas dándole un golpecito en el hombro, demostrando así que te alegras de verle. Si es un amigo íntimo, puedes darle un abrazo al tiempo que estrechas su mano, pero interponiendo los dos brazos que están conectados entre ambos (para que no haya demasiado contacto físico, se entiende).

Aquí, en el día a día, somos bastante opuestos. Si somos íntimos, pasamos el brazo por el hombro. Si somos conocidos, vamos andando juntos (incluso tropezando unos con otros). Si nos consideramos superiores, podemos dar "collejas" o palmaditas en la espalda, etc. sea como sea, siempre andamos "tocando".

Por supuesto, está el otro extremo. El momento más machista y ofensivo (para mi cada vez más violento) que es conocer por primera vez a una chica y soltarle dos besos junto a su cara, mientras que a los varones recién conocidos se les da la mano a una distancia prudencial. Por supuesto, esos dos besos dejan el espacio personal de la mujer pulverizado, transmitiendo todo tipo de mensajes equívocos sobre su vulnerabilidad, accesibilidad, etc. y colocándola en otro plano muy diferente al de sus colegas masculinos.

(Claro que si te presentan a una chica y le tiendes la mano, es probable que te perciban como distante y frio... así son los usos culturales)

Sin embargo, todo forma parte de la representación social. En realidad, en público (y esa represión acaba trascendiendo hasta lo privado) no se puede llorar, ni sufrir, ni mostrar debilidad. Ni siquiera puedes decir que algo te parece bello (en cambio no hay problema en decir que algo es feo, o mejor aún, horroroso- es ese algo afeminado que se ha transmitido a la belleza, tan falso). No puedes decir a un amigo que le quieres, ni a una amiga que la echas de menos, porque en nuestra sociedad tan banalmente sexuada, todo se decodifica en términos genitales.

Si quieres expresar sentimientos profundos, tienes que recurrir a decirlos a través de internet, porque cara a cara jamás se te ocurriría decir semejantes cosas.

Y así, mientras creemos que nuestro espacio personal es lo importante, lo reclamamos, lo exigimos y lo protegemos, de forma que nadie lo invada, nos vamos quedando aislados, frustrados, sin nadie con quien hablar de temas serios, profundos, de los que nos aterrorizan, o nos provocan incertidumbre vital. De lo que amamos, de lo que nos hace sufrir... en muchos casos (ahí están las separaciones "porque no me comprende, no me escucha, no me entiende"... diferentes nombres para un mismo problema: incomunicación profunda) ni siquiera la pareja entra en nuestro círculo de confianza. Hemos cogido miedo hasta a lo que pensará esa pareja. A perderla por decirle cómo nos sentimos... y así es como la perdemos, claro.

Así, siendo tan protectores con todo lo nuestro, lo interno y lo externo, es como nos quedamos solos en nuestra isla, lanzando botellas con mensajes esperando que alguien (que no nos conozca) los lea y nos venga a salvar.

Luchar cada día por tirar esa muralla que construimos a nuestro alrededor para aislar nuestras emociones es un trabajo titánico que requiere constancia, firmeza y valor. El valor de romper las "convenciones sociales".

¿Tú trabajas en ello o ya has terminado tu castillo de la soledad?